
Lo más esencial: la imagen. Si sólo en la Argentina hay 2.084.000 flogs, con sus consecuentes 2.084.000 floggers, ni los pantalones chupines de colores despavoridos, ni las remeras fetiche de la marca A. Y. Not Dead, ni los últimos anteojos Ray Ban tamaño parabrisas tienen permitido perderse en el placard. Cuando el look flogger queda terminado, resta secarse el gel del peinado Dragon Ball Z de los dedos de ellos, o limpiarse lo que haya quedado del fijador del flequillo en los dedos de ellas, y llevar las manos a un mouse y a cualquier cámara de fotos que enciendan los motores del flog. ¿Un flog? Una página personal que, desde servidores gratuitos como Fotolog.com –con 20 millones de visitas al mes en todo el mundo–, permite subir a la web una foto propia por día y sentarse a esperar las opiniones de otros floggers. Es furor entre adolescentes de clase media y alta –tan alta que Florencia Kirchner es la flogger más famosa–, hasta el punto que, desde hace dos meses, los dueños de cada “álbum digital” se reúnen en los shoppings Abasto y Unicenter para buscarle alguna profundidad a lo que sólo es imagen. Ya sea a los golpes, como ocurrió el miércoles 5, cuando una “interna” entre dos bandos de floggers autoconvocados terminó en estampida, vidriera rota y tres heridos de arma blanca, o “affeandose” en persona; es decir, añadiendo a una lista de contactos favoritos el flog de cada amigo, o el de anónimos fans digitales.